“Celebración de las contradicciones/2”
Desatar las voces, desensoñar los sueños: escribo queriendo revelar lo real maravilloso, y descubro lo real maravilloso en el exacto centro de lo real horroroso de América.
En estas tierras, la cabeza del dios Eleggúa lleva la muerte en la nuca y la vida en la cara. Cada promesa es una amenaza; cada pérdida, un encuentro. De los miedos nacen los corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios, otra razón.
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una pieza de museo, quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día.
En esa fe fugitiva, creo. Me resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo.
2)- Fernández, Macedonio, Textos Selectos, Corregidor, Bs. As., 1999, p. 309
“VII (Todo y Nada)”
Ávida aparece la Máquina y sin embargo es un renunciamiento, resignación, pobreza, como la Ciu¬dad comparada con la Naturaleza, el Ersatz (sucedá¬neo) al Producto Natural, el mecanismo al fisiolo¬gismo, la máquina al cuerpo-inteligencia-emoción del Obrero; la Máquina es el sacrificio del infinita¬mente exigente, variable y personal Gusto, a lo Estandar. Lo estandar es pobreza inconfesa. La Máquina, lo Estandar y el Sucedáneo son sólo cir¬cunstancialmente ventajosos.
Hay muchos viajes que son mejores que el llegar a puerto, y hay hoy tantas frecuencias del "llegar tarde" a 300 km. por hora, como caminando hace dos siglos. Sólo es Viajero, el Gran Viajero, el que piensa sin llegadas su Viaje.
3)- Dolina, Alejandro, Crónicas del Ángel Gris, Colihue, Bs. As., 2006
“El recuerdo y el olvido en el barrio de Flores”
En nuestros tiempos, no son muchas las personas de buena memoria. Salvo, desde luego, en el barrio de Flores. Todos sabemos las cosas que se cuentan sobre el barrio del Ángel Gris.
Y, aunque conviene desconfiar de cualquier testimonio al respecto, es casi un hecho que los Hombres Sensibles hacen alarde de recordarlo todo y suelen ejercitarse en lances tan complicados como la tabla del 113.
Esto puede sorprender a quienes han oído que los Hombres Sensibles de Flores huyen de las precisiones científicas como de la peste y son más bien proclives a la improvisación.
Pero también ocurre que estos espíritus atorrantes odian la muerte y sospechan que lo que se olvida, se muere. Por eso no es raro encontrar en los atardeceres de la calle Artigas a los muchachos sombríos memorizando versos murgueros , recordando la formación de Boca en 1955 o repitiendo en voz baja la lista de asistencia del colegio secundario. Están rescatando cosas de la muerte.
A su manera, son salvadores. Entre tanto enemigos como tienen los Hombres Sensibles, se hallan los Amigos del Olvido, organización con sede en Caballito, que propugna la abolición del recuerdo, según dicen porque duele. "Todo recuerdo es triste" declaran estos caballeros. Lo peor de estos impíos es su aire de inocencia, hijo del olvido de sus culpas.
Sus semblantes sonrientes despiertan la simpatía de todos y cada día, docenas de socios nuevos se inscriben en la sede de la calle Rojas.
El grupo se organiza en subcomisiones que se encargan a su turno de olvidar ciertas porciones del universo. Así, existe la Comisión del Olvido Permanente de Marcos Ciani, destinada a borrar las huellas del veterano piloto de Venado Tuerto. En sus reuniones la subcomisión delibera sobre toda clase de asuntos, con la excepción de aquellos que se vinculen de algún modo con Marcos Ciani.
Una rama ridiculizada de los Amigos del Olvido declara que los recuerdos no solo son tristes sino también falsos. "Jamás recuerda uno las cosas tal cual fueron", declaman.
De modo que para esa gente, los recuerdos son especies de sueños y los sueños no merecen sino el desprecio. Mientras tanto, los Hombres sensibles tienen decidido que solo los sueños y los recuerdos son verdaderos, ante la falsedad engañosa de lo que llamamos el presente y la realidad.
¿Qué es mas verdadero?, se preguntan ¿El amable recuerdo de nuestra primera novia, dulce, ansiosa, inexplicable o esta señora contundente que compra fruta en la verdulería de la calle Condarco? No hace falta decir que los Amigos del Olvido son más numerosos que los Hombres Sensibles o - al menos - presumen de ello. Más justo seria aclarar que muchas personas son Hombres Sensibles sin siquiera sospecharlo.
Vale la pena admitir en este punto que hay quienes se acercan a los Amigos del Olvido, no por simpatía filosófica, sino animados por propósitos tan mezquinos como el deseo de olvidarse de una señorita inconstante. Tales infiltrados son descubiertos casi siempre por los miembros de alguna comisión, quienes poseen un olfato especial para distinguirlos.
Las sanciones son, en general, muy severas. Pero rara vez se cumplen, precisamente porque los encargados de ejecutarlas se olvidan de hacerlo.
Los Amigos del Olvido aman el futuro. Pasan largas veladas contando hazañas que aun no han cumplido y jactándose de los amores que tendrán alguna vez. Sostienen -además- que siempre es mejor lo que ha ocurrido después. Constituye una experiencia interesante proponer a la elección de un amigo del Olvido dos objetos cualesquiera, siempre eligieran lo que se menciona en ultimo termino.
- ¿Quiere usted un helado de crema o de chocolate? - De chocolate. -¿Lo prefiere usted de chocolate o de crema? - De crema.
De este criterio surge un insoportable optimismo y espíritu progresista. Cualquier novedad es acogida en la sede de la calle Rojas con aplausos y vítores.
Los Hombres Sensibles - como todo el mundo sabe - odian el futuro, porque han descubierto que en el futuro esta la muerte.
El enfrentamiento entre ambos grupos ha llegado muchas veces a una módica violencia. Pero las ofensas no dejan rastros En unos, porque olvidan.
En los otros, porque perdonan. Según los Amigos del Olvido, la existencia de medios idóneos para almacenar el conocimiento torna inútil todo esfuerzo mental al respecto.
Poco sentido tiene - arguyen - memorizar la historia de los fenicios, cuando hay libros que la atesoran cabalmente.
Al oír esto, los Hombres sensibles se enfurecen: - Eh...los libros solo son recipientes que contienen lo que luego han de beber los hombres...
Pero a estas alturas, los Amigos del Olvido ya están en otra cosa. Muchos Hombres Sensibles temen a las computadoras, a las calculadoras electrónicas y al Cerebro Mágico.
Sostienen que el uso de estos aparatos embota el ingenio y atrofia el intelecto.
Por eso es que, con toda frecuencia, una melancólica patota recorre el barrio del Ángel Gris, destruyendo las maquinas de pensar que suelen cundir en oficinas, para no mencionar las cajas registradoras de los bares, los fixtures de Glostora, las balanzas y los relojes automáticos. (A la hora de destruir, los Hombres Sensibles se enardecen y no se andan con sutilezas)
En su larga lucha contra el recuerdo y la memoria, los Amigos del Olvido han desarrollado interesantes estrategias. Pero, sin ninguna duda, su más importante hallazgo fue el Licor del Olvido, un cordial de existencia incierta que - según parece - tiene la virtud de abolir el pasado en quien lo toma.
En épocas lejanas, los hombres de la calle Rojas se limitaban a beber ellos mismos su licor, emborrachándose locamente de esperanzas sin presagios. Pero luego empezaron a mezclar el licor en la ginebra de los Hombres Sensibles para inducirlos a olvidar. Pero lo peor ocurrió cuando los Hombres Sensibles alcanzaron a destilar el Vino del Recuerdo, cuyos efectos son - como ya se sospechara - opuestos a los del licor.
También los muchachos del Ángel Gris recorrieron el mismo camino: bebieron solos primero y trataron después de usurpar las copas de los que nada recuerdan. Y eso fue terrible. Porque si el Licor del Olvido y el Vino del Recuerdo son de por si peligrosos, la mezcla es verdaderamente mortal.
El autor de esta crónica cree haber probado - sin sospecharlo - ese espantoso cóctel. Sus efectos se traducen en oscuras añoranzas de lo que vendrá, en olvidos de lo que nunca fue y en un sabor amargo y dulce que hace llorar. Las señoritas Amigas del Olvido suelen pasearse por el barrio de Flores para enamorar a los Hombres Sensibles. Los muchachos del Ángel Gris - bien lo sabemos - son de corazón blando y se enamoran para siempre. Entonces las señoritas de Caballito se olvidan de ellos y los abandonan sin remordimiento. Estos tristes episodios propenden - sin embargo - al florecimiento de las artes en Flores, pues los Hombres Sensibles suelen componer sus mejores versos, elaborar sus canciones mas sentidas y tallar sus más hermosos anillos cuando sufren. Poco cuesta imaginar cual será el fin de esta lucha entre olvido y memoria.
Los Hombres Sensibles de Flores están derrotados. De nada les valdrá oponerse a la muerte, porque la muerte llegara de todos modos. De nada les servirá su pasión por la memoria, pues toda memoria es perecedera. Y - en definitiva - el tiempo es el mejor aliado de los Amigos del Olvido.
Pero es obligación de todos nosotros hacer un poco de fuerza por los muchachos de Flores, para que su derrota sea más honrosa. Recordemos todo el tiempo. No olvidemos nada. Ni el color de nuestras corbatas perdidas, no el olor a tiza y sudor del colegio, ni el calor del asfalto sobre los pies descalzos, ni el gusto a jazmín de los besos en la noche, ni el aroma de la untura blanca.
Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo. Y pensemos que después de todo, aunque la victoria final sea de los Amigos del Olvido, será un triunfo sin festejo. Nadie lo recordara jamás.
4)- Saer, Juan José, El río sin orillas, Seix Barral, Bs. As, 2003, p.23
“El fragmento de Heráclito, No se entra dos veces en el mismo río, y aun la variante radical de uno de sus discípulos, Nadie entra nunca en ningún río, podría admitir, para la circunstancia, una versión más adecuada: cada uno trata de entrar, infructuoso, como en un sueño, en su propio río.
‘Si; los árabes llaman a la palmera joven al-yatit, aI-wadi, al-hira, al-fasil, al-asa, al-kafur, al-damd y al-igrid; cuando grana el dátil lo llaman al al-sayad, y al verdear, antes de endurecerse, al yadal; cuando se hace grande, al-busr; cuando en su piel aparecen estrías, al-mujattam; cuando su color verde se torna rojizo, suqha; rojo del todo es al-zahw; cuando muestra un punto de madurez se dice que comienza a tener manchas y es entonces busra m'lwakketa; ai tiempo de cosecharlo es al-inad; cuando se oscurece par la parte del pedúnculo es mudanniba; cuando la madurez cubre su mitad se Ie llama de dos maneras: al-mujarra y al-muyazza; cuando cubre los dos tercios hulqana, y cuando está totalmente en sazón es munsabita.’
Y ésta es una pequeña muestra, una gota de nuestros mares, agrega, para perfeccionar su jactancia, el poeta Ibn Burd. Muchas palabras para nombrar la misma cosa, o una palabra específica para cada uno de los aspectos infinitos de la infinitud de cosas, tales son las dificultades que presenta el acto de escribir y de las que algunos, con puerilidad inesperada, como Ibn Burd, se enorgullecen. En ese sentido, el Río, a pesar de su desmesura geográfica, con su profusión de recodos y de acontecimientos, es más vasto e inabordable no ya que Holanda, sino que el universo entero.”
5)- Artaud, Antonin, "Les Quatre Vents", N°8, 1947
“Los enfermos y los médicos” (Versión de Aldo Pellegrini)
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado, no hay sano que un buen día
no haya caído en la traición, por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que:
BASTA LA SALUD
Pues mi ser es bello pero espantoso. Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena. Lo bello se pudre.
Pero, enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre, la fiebre ardiente de mi cabeza,
-pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años que tengo de vida-
me dará
mi opio,
-este ser-
éste
cabeza ardiente que llegaré a ser, opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá
y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava ,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,-
es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos,
-que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad-
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.
6)- Parra, Nicanor, Obra gruesa, Editorial Universitaria, Santiago de Chile,1969, p. 211
“Manifiesto”
Señoras y señores
Esta es nuestra última palabra.
-Nuestra primera y última palabra-
Los poetas bajaron del Olimpo.
Para nuestros mayores
La poesía fue un objeto de lujo
Pero para nosotros
Es un artículo de primera necesidad:
No podemos vivir sin poesía.
A diferencia de nuestros mayores
-Y esto lo digo con todo respeto-
Nosotros sostenemos
Que el poeta no es un alquimista
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro:
Un constructor de puertas y ventanas.
Nosotros conversamos
En el lenguaje de todos los días
No creemos en signos cabalísticos.
Además una cosa:
El poeta está ahí
Para que el árbol no crezca torcido.
Este es nuestro lenguaje.
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo
Al poeta Barata
Al poeta Ratón de Biblioteca.
Todo estos señores
-Y esto lo digo con mucho respeto-
Deben ser procesados y juzgados
Por construir castillos en el aire
Por malgastar el espacio y el tiempo
Redactando sonetos a la luna
Por agrupar palabras al azar
A la última moda de París.
Para nosotros no:
El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón.
Nosotros repudiamos
La poesía de gafas obscuras
La poesía de capa y espada
La poesía de sombrero alón.
Propiciamos en cambio
La poesía a ojo desnudo
La poesía a pecho descubierto
La poesía a cabeza desnuda.
No creemos en ninfas ni tritones.
La poesía tiene que ser esto:
Una muchacha rodeada de espigas
O no ser absolutamente nada.
Ahora bien, en el plano político
Ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡Nuestros buenos abuelos inmediatos!
Se refractaron y dispersaron
Al pasar por el prisma de cristal.
Unos pocos se hicieron comunistas.
Yo no sé si lo fueron realmente.
Supongamos que fueron comunistas,
Lo que sé es una cosa:
Que no fueron poetas populares,
Fueron unos reverendos poetas burgueses.
Hay que decir las cosas como son:
Sólo uno que otro
Supo llegar al corazón del pueblo.
Cada vez que pudieron
Se declararon de palabra y de hecho
Contra la poesía dirigida
Contra la poesía del presente
Contra la poesía proletaria.
Aceptemos que fueron comunistas
Pero la poesía fue un desastre
Surrealismo de segunda mano
Decadentismo de tercera mano,
Tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva
Poesía nasal y gutural
Poesía arbitraria
Poesía copiada de los libros
Poesía basada
En la revolución de la palabra
En circunstancias de que debe fundarse
En la revolución de las ideas.
Poesía de círculo vicioso
Para media docena de elegidos:
"Libertad absoluta de expresión".
Hoy nos hacemos cruces preguntando
Para qué escribirían esas cosas
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona
Sino cuando se trata del estómago.
¡Qué lo van a asustar con poesías!
La situación es ésta:
Mientras ellos estaban
Por una poesía del crepúsculo
Por una poesía de la noche
Nosotros propugnamos
La poesía del amanecer.
Este es nuestro mensaje,
Los resplandores de la poesía
Deben llegar a todos por igual
La poesía alcanza para todos.
Nada más, compañeros
Nosotros condenamos
-Y esto sí que lo digo con respeto-
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso.
Contra la poesía de las nubes
Nosotros oponemos
La poesía de la tierra firma
-Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos-
Contra la poesía de café
La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.
Los poetas bajaron del Olimpo.
Razones
“El sueño de la razón engendra monstruos”, tituló Goya una de las más sobrecogedoras serie de grabados de su abundante producción. Y a veces la razón sueña con medir lo inconmensurable, terna tentación del ser humano donde están presentes tal vez el antiguo miedo a la irracionalidad aparente de las fuerzas naturales y aun las psíquicas, y la casi tan antigua voluntad de dominarlas. No sin accidentes, como –según cuenta Diógenes Laercio– le sucedió a Tales de Mileto que, absorto en el estudio de los astros, cayó en un pozo. La anciana servidora que lo acompañaba le dijo entonces: “¿Cómo se imagina Tales que puede conocer lo que en el cielo si es incapaz de ver lo que hay a sus pies?”. Esta burla es más que filosofía, es sentido común.
Tales de Mileto, el primer gran exponente conocido de lo que se convirtió después en la ratio de la cultura occidental, tampoco hubiera imaginado la dimensión posible del deseo de medir, una forma del deseo de recortar el enigma. Por ejemplo, las temperaturas de tránsito de una dictadura a una democracia. En los años setenta se inauguraron en las ciencias políticas de los Estados Unidos dos ramas distintas en ese campo, la “transitología” y la “consolidología”. Según sus mayores exponentes, Philippe Schimitter y Terry Lynn Karl, esas especialidades alumbraron la esperanza de que “al aplicar un conjunto universal de presupuestos, conceptos e hipótesis, se podría explicar y tal vez ayudar a orientar el tránsito de un régimen autocrático a un sistema democrático”. Ni más ni menos.
Ambos politólogos estaban impresionados por la caída de la dictadura griega y, sobre todo, por la evolución del posfranquismo.
Introdujeron en las ciencias sociales el fulgor del ejemplo español, ése con que nos refregaban tanto las narices, aquí y en cualquier parte del mundo. Es decir: terminado el régimen autocrático, es posible medir los pasos de la transición a la democracia, prever sus obstáculos, sugerir su camino. Esa visión desconoce algunas preguntas esenciales como ¿en qué circunstancias se produce el pasaje a un sistema democrático? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que se consolide? ¿Cuáles las formas más apropiadas para una sociedad en particular? En la Argentina, Schimitter y Karl se rascarían un buen rato la cabeza.
La “estilometría” es otra propuesta de medición, esta vez de las huellas estilísticas de un escritor: se mide la longitud de sus frases y oraciones, las veces que utiliza artículos como “el/la” o conjunciones como “y” por cada mil palabras, los vocablos que reitera, y todo ello va a parar a cuadros estadísticos muy precisos pero de significado incierto. Los resultados de un análisis de esa índole de la obra de César Vallejo fueron expuestos con indudable entusiasmo por los especialistas de un instituto de investigaciones literarias de Roma que frecuenté a fines de los setenta. Les pregunté si el aparato podía medir la tristeza de Vallejo. No hubo respuesta.
¿Cómo estableces los parámetros del viaje de la vivencia a la imaginación que preside toda obra literaria de verdad? ¿Se podrá medir alguna vez? ¿Y qué patrón o canon aplicar a las obsesiones que la generan? “Escribo para no volverme loco”, decía Pirandello a Martha Abba, el amor que inventó –como otro personaje– en el ocaso de su vida. William Bourroughs empieza a escribir para insistir en las drogas. Rodolfo Walsh, para ganar dinero, afirmó ante un estupefacto auditorio estudiantil en 1973. Otros cuentan anécdotas de variado calibre para explicar por qué escriben. Nada de eso es verdad. Ningún escritor sabe por qué escribe. Y es bueno que así sea. Mi madre me inició en una vieja leyenda rusa: una arañita detiene el paso de un ciempiés para preguntarle cómo camina, si avanzando cincuenta patas a la derecha y luego cincuenta patas a la izquierda, o cinco y cinco, o una y una; el ciempiés se queda pensando y ya no vuelve a caminar, víctima de una pretensión irreductible.
La razón humana tiene límites y reconocerlo es racional. “No solamente hay una experiencia –dijo María Zambrano– que no se deja arrebatar al cielo de la objetividad, sino que reacciona ante ella… Y esto que la ciencia no sabe reducir son ciertos estados de la vida humana, ciertas situaciones por las que el hombre pasa y ante las cuales la forma enunciativa de la ciencia no tiene fuerza ni valor”.
Afortunadamente. Ese misterio sigue empujando a la razón a dudar y a interrogarse. Hablo de la razón húmeda de sangre y de lágrimas que nada tiene que ver con esa empresa racional de regla en mano y crepitaciones de desierto. La razón auténtica se guía por el viejo adagio latino: “Nada de lo humano me es ajeno”.
17de abril de 1996
Cuerpos
Decía Valéry que el cuerpo humano es un objeto límite, siervo y dueño del conocimiento. Por eso los crímenes de la dictadura militar constituyen en meollo duro del malestar argentino ante las maneras de pensar la relación sujeto-objeto. Esos crímenes cuestionan la situación del cuerpo, asiento de la vida de cada quien, en una sociedad donde el poder es impune. Con la tortura, el poder se instala en el cuerpo de su prisionero, lo empuja hacia el dolor y lo convierte en otro de sí mismo. Con la desaparición del cuerpo, el poder somete al prisionero –y a sus familiares– a una suprema apropiación. Por algo Brecht
Indica en los últimos versos del célebre intermedio de
Para Aristóteles, la virtualidad del acto y el acto mismo pierden su opacidad en el placer, que es aquello –dice– cuya forma se cumple a cada instante y está perpetuamente en acto. De esa definición –querrá el filósofo italiano Giorgio Agamben– se desprende que la virtualidad del acto es lo contrario del placer: su dolor se desvanece cuando pasa al acto, pero en todas partes, incluso en nosotros mismos, hay fuerzas que la obligan a demorarse en sí misma y sobre esas fuerzas descansa el poder. El poder intenta organizar el deseo, lo separa del acto y sobre ese dolor funda su autoridad, que cohibe literalmente la consumación del placer de los hombres. La tortura es un ejercicio preferido del poder.
Kafka expuso cabalmente la dimensión de ese ejercicio en su cuento “En la colonia penal”, que escribió en 1916. Muestra a la tortura como una escritura del poder en el cuerpo de su prisionero, y así es: en el cuerpo se escribe el extrañamiento de sí mismo que padece el torturado, una suerte de exilio sin retorno aunque no desemboque en
“¿Conoce (el prisionero) su condena?”, pregunta el viajero. “No, sería inútil hacérsela saber. Se enterará en su propio cuerpo”, contesta el oficial. “Pero lo que sí sabe es que ha sido condenado, ¿no?”, aventura el viajero. “Tampoco”, responde el oficial. “Entonces el hombre no sabe aún qué pasó con su defensa”, insiste el viajero. “No ha tenido oportunidad de defenderse”, corta el oficial. Y agrega: “Me rijo por el principio de que la culpa siempre es indudable. Los juzgados no pueden regirse por este principio…Aquí no es el caso”. Es la misma doctrina que alimentó a tanto torturador y asesino de las Fuerzas Armadas argentinas.
El oficial del cuento observa fascinado la tortura, “un espectáculo que podría inducirlo a uno a colocarse también bajo el rastrillo”. Libera al castigado y así lo hace. El aparato se descompone y lo mata. El viajero, “casi contra su voluntad, vio el rostro del cadáver. Era tal como había sido en vida, no se podía descubrir en él ningún signo de la prometida redención; fuese lo que fuese lo que todos los demás habían encontrado en la máquina, el oficial no lo encontró”. “Máquina” es el apelativo que en nuestras cámaras de tortura se da a la picana eléctrica. Tanto había presentido Kafka.
El final de la narración es un enigma. ¿Sugiere que bajo la máquina torturador y torturado no conocen lo mismo? ¿Qué de ese conocimiento otro nace una especie de victoria moral de la víctima? ¿Qué el cuerpo torturado se niega a dar la razón a verdugo y anuncia así la bancarrota moral del régimen? ¿Quiso decir Kafka que el cuerpo rechaza la escritura del otro porque en cualquier circunstancia anuncia la muerte? Y si no nos escriben, ¿quiénes somos?
25 de setiembre de 1996
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